Crónicas del Fénix - Apéndice 9, capítulo 23. DE IELANNA Y GWAL

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…En sueños Gwal escuchó la cama chirriar. Se incorporó de súbito todavía soñoliento, e instintivamente detectó el mal. A pesar de la falta de luz, pudo distinguir un aura rojiza que flameaba justo encima de él, junto a un olor azufre.

-¿Qué sucede Ielanna? ¿Enemigos?- preguntó, confundido.

La tiflin,como toda su especie, podía ver en la oscuridad. El rostro nervioso de Gwal le divirtió sobremanera; sabiendo que él no la veía, se acarició los labios con la lengua.

-Es sólo que… tengo frío.-
-¿Tú? ¡Pero si eres descendiente de demonios!
-¡También hay demonios de frío, so idiota! ¿Qué acaso en la iglesia solo te enseñaron a pegar espadazos?

Unos golpes en la pared y unos insultos en enano les hicieron bajar la voz.

-Voy a pedir al posadero que nos dé un brasero- respondió el paladín en un susurro, mientras trataba de levantarse. La mano de Ielanna lo impidió.
-No es necesario… yo ya fui y ha prestado todos los que tenía.- replicó con voz trémula.
-Que contrariedad… Si quieres, puedo pasarte mantas de mi cama.

Ielanna hizo un gesto de exasperación. -¿Acaso eres eunuco?- pensó con odio - ¿Les castran la mente y los huevos en el seminario?-

-Sólo quería un poco de acción ¿Vale? Si ni siquiera entiendes eso, no malgastaré mi tiempo contigo.

Bajó de la cama de Gwal y comenzó a vestirse. -Voy a las mesas- refunfuñó- A encontrar un hombre con el coraje suficiente para darle a una mujer lo que quiere- concluyó, dándole a sus palabras un tono de absoluto desprecio. Para realzar su sentencia, cerró con un portazo mientras salía.

Gwal quedó en la oscuridad, en silencio. –Tú no entiendes Ielanna- dijo, en un melancólico suspiro.

Fuera, el invierno de la Costa de la Espada se hacía presente con una copiosa nevazón. Antes de volver a dormirse, el paladín miró al cielo que podía verse a través de la ventana. “Protegedla” musitó. “Ella…” y continuó la oración en su fuero interno.

En la sala común todavía había algarabía alrededor del fogón, a pesar de lo avanzado de la noche. Ielanna se sentó en una mesa solitaria, mientras bebía un tarro de cerveza. Vestía un capuchón que dejaba ver su agraciada figura más no sus cuernos, que una vez en el lecho poco importaban, como ya había comprobado otras veces.
Había tipos bien parecidos, la mayoría aventureros. Con la mirada empezó a localizar candidatos que aguantasen más de 30 minutos y que representasen un buen botín a la hora de tomar recuerdos mientras dormían, que de algo hay que pagarse las atenciones, y costear las propinas que mantienen a la gente con las bocas cerradas y los oídos abiertos.
Estaba en ello, cuando un medio-elfo y un joven humano se le acercaron.

-¿Solita, Mi Señora?- preguntó el más joven.- ¿Le importaría si nos sentamos con usted?

Ielanna sonrió, y sus ojos brillaron con malicia. Lástima que los muchachos no le vieron. Cómo tantas otras veces, tomaría el papel de damisela deslumbrada.

-Absolutamente, adelante- contestó sonrojándose- ¿Por casualidad sois aventureros?

Los jóvenes rieron ufanos –Así es mi Señora, somos la compañía más gallarda y valiente de toda la Costa de la Espada: “Los 7 alegres de Puerta de Baldur”, y acabamos de explorar y vencer los peligros de la tumba de Asúmarix, un antiguo y malévolo mago que se hizo enterrar con todos sus tesoros- diciendo esto, el medio-elfo puso un pequeño saco sobre la mesa, repleto de antiguas monedas de oro. Ielanna dio un coqueto gritito de admiración, para satisfacción de los muchachos. Tenía a los novatos comiendo de su mano.

-¿Y los otros alegres?
-En aquella mesa, donde tratan disimuladamente de espiarnos. El de la armadura es Phlick el guerrero, la mujer de anteojos es Dia, la mágica del grupo, el mediano es Fills, el mejor explorador en millas a la redonda, y la rubia alta es Hekjolerivnam, pero le decimos Helga, de los Uthzgart. Yo soy Iarka Pasoligero, saqueador y cerebro de la compañía, y el descendiente de padre Eldar aquí presente es Wu-Jei, un artista marcial de categoría. Podéis verlos intranquilos porque han apostado 10 piezas de oro cada uno a que no éramos capaces de acercarnos a vos, y –ejem- invitaros a nuestro aposento para enseñaros –uhh- el resto del tesoro y los objetos que encontramos, si.
-Pero os falta un integrante –preguntó Ielanna- ¿Dónde está el séptimo alegre? ¿Cayó en la tumba?-

Iarka y Wu-Jei rieron sonoramente.

-Algo así mi Señora… resulta que cuando conseguí el mapa de la tumba del mago, supe de buena fuente que fue nigromante, y ese tipo de mágicos juegan con el miedo y los muertos. Conocía un tipo, con el cual crecimos en el mismo distrito, que recientemente había sido ordenado paladín –Ielanna se sobresaltó levemente, pero nadie pareció notarlo- y lo embaucamos con el cuento del antro del mal y el prevalecimiento de la justicia – volvieron a carcajear - Cuando terminamos de vaciar el sitio, la tormenta ya cerraba, pero el idiota dijo que había que purificar el lugar destruyendo los altares para revivir cadáveres y enterrar a los muertos para que no volviesen a levantarse. Obviamente no nos quedamos a verlo hacer eso, y probablemente ahora esté feliz con 2 metros de nieve sobre su cabeza y satisfecho de haberse hecho matar por la seguridad de 5 o 10 campesinos que vivían alrededor, y que ni siquiera lo conocían. A eso llamo yo estupidez.

-Míralo por el lado bueno, Iarka- interrumpió Wu-Jei- Más botín para nosotros.
-Así es, camarada de orejas puntiagudas. ¡Salud!- y entrechocaron sus tarros.

Por instantes, una sombra cruzó el rostro de la tiflin. Se repuso inmediatamente y siguió su papel.

-Y eso de que me mostraríais en vuestra habitación… ¿Qué nos impide ir ahora? Mi corazón está maravillado de solo pensar que tenéis allí- y diciendo esto, tomó la mano de Iarka y la puso sobre su pecho.

El saqueador se turbó. Pero sus instintos primarios imperaron y haciendo un gesto de complicidad a Wu-Jen caminaron escaleras arriba hacia las habitaciones, mientras Ielanna se ponía entre los dos. Una vez en las penumbras del pasillo, Ielanna rió siniestramente.

-A esto llamo yo estupidez. A que traicionaron al único de ustedes que podría haberles dicho quién soy en realidad, y que hubiese impedido que les hiciese esto-

De pronto, una oscuridad más negra que las penumbras del segundo piso se cernió sobre ellos. Iarka pudo escuchar una quebrazón de vidrios y el grito ahogado de Wu-Jei mientras caía. La desesperación se apoderó de él y sólo atinó a dar manotazos a las espesas tinieblas, que parecían querer ahogarle, mientras la risa de la mujer que escuchó en un principio se fue transformando lentamente en un sonido horrible y profundo, que nunca antes había escuchado. Quiso gritar, pero desde las sombras pudo distinguir dos puntos rojos, fulgurantes como ascuas, que se acercaban a él. Un demonio, surgido desde los más profundos pozos del infierno, había tomado posesión de la cándida mujer que habían abordado en las mesas, y ahora el olor azufre que provenía de él (¿O ella?) le quemaba la nariz. Su rostro era una expresión indescriptible de ira y delectación ante el pavor de Iarka, de su frente salían 2 enormes cuernos de carnero que apuntaban amenazantes. Repentinamente, pudo sentir como un elemento punzante se clavaba en su costado, haciendo manar la sangre bajo el coleto que llevaba puesto.

-Escúchame, basura mortal- dijo el demonio, con voz infrahumana- en este mismo instante te levantarás, tomarás a los excrementos que tienes por compañeros e irán a buscar al hombre que abandonaron a la tormenta o juro, por todas las anatemas que han existido y que existirán, que vendré desde la podredumbre eterna del abismo a buscarte y llevarte conmigo. Y para que no lo olvides, Iarka Pasoligero, cada vez que te pregunten por esto recordarás mis palabras- Y procedió a tomar la cabeza del saqueador con las manos, marcándole la cara con uno de sus cuernos.

Ninguno de los parroquianos pudo explicar en mucho tiempo que pasó esa noche. Un joven aventurero bajó las escaleras rodando y tropezando con todo mundo, con el rostro desfigurado por el terror, mientras sacó a sus compañeros a las caballerizas y emprendieron la fuga a pesar de la nieve. Lejos, el más contrariado fue el posadero, ya que aquellos clientes se fueron sin cancelar.

En la habitación, Gwal sintió una brisa gélida que entró por la ventana abierta. En la otra cama, escuchó un numeroso tintinear metálico, bolsas que eran puestas en el suelo y un murmullo de desdén. No podía distinguir las palabras, pero la voz era de Ielanna.

-¿Cómo te fue Ielanna? ¿Encontraste lo que buscabas?-
-Cállate- respondió con frialdad, y siguió murmurando.

El paladín suspiró, y cerró los ojos para dormir.

La cama de Gwal volvió a rechinar.

-Ni creas que dormiré sola hoy- dijo Ielanna, con el mismo tono indiferente, y se acomodó junto al brazo de Gwal. Este, de manera natural, levantó su brazo para que la tiflin se acomodara en su pecho. Cuando sintió que ella dormía, le acomodó las mantas para que no entrara frío por la espalda, y se durmió acariciando el hombro de Ielanna.

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