De la Fundación del Reino de Arn, 1ª parte

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…Cuando las tribus de los primeros hombres comenzaron a medrar, los terrenos pacificados en las Tierras Centrales Occidentales empezaron a hacerse pocos para la cantidad de bocas que dependían de ellos. Fue así que el hijo de uno de los antiguos caciques, Anarion Strenbark de la tribu del Colmillo, tomó a gran parte de los jóvenes de sus gentes y los lideró al norte en busca de un nuevo hogar. Largo tiempo peregrinaron, soportando emboscadas de orcos, ataques de gigantes, animales terribles, las inclemencias de los inviernos del Norte de Faerun y otros atroces peligros, sin poder encontrar un lugar adecuado donde asentarse.


Sucedió que, tres años después de su partida, una tormenta de nieve sorprendió a la tribu de Anarion junto a las montañas Nezher. Faltos de víveres, abrigo, y a punto de ser devorados por la nieve, la gente clamó angustiada a su caudillo. Desesperado, Anarion corrió sin rumbo bajo la tormenta, completamente impotente de no poder ayudar al pueblo que amaba. Fue así que sin prestar atención a sus pasos, rodó por una quebrada hasta que quedó medio cubierto por la nieve junto a un arroyo congelado. Tenía las piernas atrapadas, y un dolor agudo le indicó que se había fracturado el brazo izquierdo.


“Bien puesto tengo el nombre de Strenbark*” masculló. “¡Maldigo la hora en que me creí capaz de conducir a mi gente a un futuro mejor!” exclamó amargamente.


Entonces, notó que un anciano estaba de pie junto a él. El hombre vestía una túnica parda y gastada, sandalias que evidenciaban el paso de muchas millas y se apoyaba en un bastón de madera, que tendió a Anarion sonriendo. El joven se tomó de él y pudo salir de su aprisionamiento, aunque todavía sentía dolor en el brazo y estaba confundido.


-¿Quién eres, buen hombre?- fue lo primero que pudo articular. El anciano sólo se limitó a sonreir y hacer señas con la mano para que le siguiese.


Caminaron un corto trecho siguiendo el arroyo, y cuando llegaron a lo que era un salto del agua, el anciano trepó ágilmente una roca y tendió el bastón para que Anarion pudiese subir. Una vez arriba, Anarion contempló un hermoso valle que ocupaba el este, en cuyas planicies pudo ver corrientes de agua, gran número de ciervos, y los pastos altos que se ensanchaban hasta donde alcanzaba la vista. Al sur, un profundo y oscuro bosque se extendía hasta las faldas de las montañas Nezher. Poco a poco, vió gentes que habitaban el valle, y en el prosperaban y criaban a sus hijos. Hermosos caballos corrían veloces por la llanura, y las vacas y los rozhé engordaban con grande contento. El pueblo levantaba casas, ayudaba a sus vecinos, y un castillo orgulloso se alzaba sobre una colina, brindando seguridad y protección a las gentes honradas. De súbito, una racha de viento hizo que Anarion restregase sus ojos. El valle había desaparecido, y sólo se veía una estepa cubierta por la nieve y el hielo.


-¿Qué ha sido eso?- preguntó Anarion

-Una visión, obviamente- respondió por primera vez el anciano.

-¿La has hecho tú? ¿Qué significa? ¿Quién eres?-


El anciano carcajeó sonoramente, y al joven bárbaro le parecía que su risa se elevaba sobre la voz de la tormenta. –Demasiadas preguntas para ser tan verde- dijo el hombre- pero eso que viste tal vez sea el hogar que has estado buscando.- concluyó.

-Yo le he hecho una promesa al señor de los caminos -intervino Anarion- Si encontraba un lugar en el cual pudiesen vivir mi gente y sus hijos, en mi casa nunca faltaría sitio para honrarle ni cobijo cordial para el viajero.

-¿Aunque ese lugar fuese ese páramo delante de ti?-


Anarion calló unos instantes. El viento silbaba junto a ellos, levantando remolinos de nieve. El frío hacia mas intenso el dolor del brazo, pero el dolor lo mantenía más atento e incluso, podía asegurar que pensaba con más claridad.


-Aunque fuese ese páramo, mientras sea nuestra tierra y no tengamos que depender de nadie para que así sea.

-Has hablado- respondió el anciano con solemnidad- Pasarás muchos padecimientos, pero mientras permanezcas fiel al anhelo de tu corazón, y a lo que delante de mí has prometido, tu gente habitará Arn, hasta el fin de los días. Toma esta vara, que te abrirá la puerta del tigre blanco, y vete, que ya vienen por ti los tuyos, y están preocupados.


Dicho esto, el anciano comenzó a desaparecer poco a poco tras el manto de la ventisca.

Anarion hizo ademán de seguirle, pero el llamado de unas voces familiares lo hicieron detenerse. Vaciló unos instantes, y apoyado en el bastón que le entregó el anciano comenzó a subir penosamente hacia ellas.




CONTINÚA ESTA CRONOLÓGICA RELACIÓN

*Strenbark: Rotobrazo en la antigua lengua de Arn

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